Aquel edificio se me llevo al campo del sueño y me creó dudas. Era demasiado hermoso para ser real, pero al decirme que se empleaba para la música entendí casi todo.
Así, con esos envolventes, era más sencillo abstraerse y caer rendido ante la belleza sonora.
Aquel Palacio de la Música estaba creado para soñar.
Y me puse a delirar, claro, hasta que me despertaron para irnos.
La visita había concluido.
Allí se quedo Dvorak a medio sonido y es posible que aun siga.
Yo me tuve que ir.