A la hora de mirar una obra de arte de alguien que quiere decirnos algo, no siempre lo entendemos, y sobre todo no estamos en la obligación de entenderlo. Si una persona nos hablara en uzbeko, en somalí o en chino, es posible que tampoco lo entendiéramos. Y eso nos parecería lógico, lo aceptaríamos.
En el mundo del Arte nos exigimos entender todo.
Queremos que lo que nos plantean los artista sea inteligible para nosotros. Pero puede que utilicemos para entenderlo, un idioma diferente al suyo.
Sería incluso normal que eso nos sucediera.
Sobre todo por los componentes culturales de ese artista, sus mochilas personales y sociales, son seguramente muy distintos a los nuestros.
En el Arte intentamos explicar algo más complejo que la palabra.
Es un mundo de ideas, de sensaciones, de sentimientos, de poso social y cultural, incluso de estática o de belleza.
También un mundo onírico muy cercano a ese surrealismo que no hay que que entender siempre.
En el Arte hay que dejarse llevar, e incluso estar de entrada convencido, de que lo que estás viendo no es como lo veía el que lo creo, pues cada uno lo miramos y lo vemos de una forma distinta.
Con el Arte podemos hablar sin pronunciar palabra. Dejarnos llevar y ver lo que nos apetece ver en ese momento.
Es casi seguro que si volvemos unos años después al mismo cuadro, veremos otra cosa distinta, aunque estéticamente sea la misma.
Pero nosotros ya no seremos iguales.
